Sobre el mal hábito de apostar

        Debería haber hecho caso a mi familia cuando me dijeron que “nunca se apuesta”, que si juegas es por el puro placer del juego, pero la verdad, cuando hay algo en juego la partida se hace mucho más interesante. En la universidad jugaba al mus en las horas muertas con mis compañeros, en aquella época nos apostábamos únicamente las cervezas que nos bebíamos y nos podíamos pasar horas jugando. 

        Cuando llegamos a Chile nadie sabía jugar al mus y tampoco había consenso sobre qué juego jugar. Los mexicanos abogaban por el dominó, los españoles por las cartas, los argentinos por algún juego de mesa. Terminamos jugando al Party que era una mezcla de todos los juegos de mesa de la época: Trivial, Pictionary, Tabú…         

        Al principio rotábamos las parejas, pero aquello no funcionaba nada bien. Españoles y latinoamericanos no podíamos jugar en el mismo equipo porque no compartíamos la misma "cultura". Si nos preguntaban una marca de comida para bebé los latinos contestaban Gerber pero los españoles pensábamos en Nestlé. Para nosotros las sandías tenían forma redonda y los melones eran ovalados como balón de futbol americano y para ellos era justo al revés. Si te preguntaban por un programa infantil ellos mencionaban al Chavo del Ocho y nosotros hablábamos de la Cometa Blanca. Jugar en equipo era un suplicio porque nunca dábamos una. Así que terminamos jugando chicas contra chicos. Españolas contra latinoamericanos. ¡Fue nuestra ruina!       
        A pesar de que compartíamos las nacionalidad éramos malísimas. No éramos buenas dibujando, ni haciendo mímica e invariablemente ellos ganaban partida tras partida. Debí haber recordado a mí tía Pepita y haber abandonado el mundo de las apuestas, pero debía pasarme lo que a Alekséi Ivanovich y a Polina Aleksándrovna estaba segura que iba a ganar y que la próxima partida sería la mía. La ludopatía debe correr por mis venas. Perdimos cenas en los mejores restaurantes de la ciudad, excursiones a esquiar en El Colorado… Nuestras carteras adelgazaron, pero por el camino conquistamos algunos corazones americanos. Yo terminé casándome con el mexicano y mi amiga con el argentino.
    ¿Cómo era el refrán? ¿«Afortunado en el juego, desafortunado en amores»? ¿O era al revés? ¿«Afortunado en amores, desafortunado en el juego»?

    Se puede seguir leyendo sobre la tía Pepita en: 

  • Escritos de la tía Pepita:

        En la oscuridad
        Memoria y olvido

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