Un lugar peligroso

Los periódicos en España se hacían eco del conflicto entre las fuerzas gubernamentales y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), un conflicto que llevaba vivo más de 70 años pero que a finales del siglo XX se estaba recrudeciendo. Aunque ese no era el único problema del país, los cárteles de la droga seguían teniendo controlados territorios y se estaban volviendo cada vez más poderosos. 

Al poco tiempo de mi llegada el gobierno colombiano acordó extraditar a Estados Unidos a Jaime Lara Naussa, el rey de la heroína. Como respuesta a las medidas gubernamentales explotaron varias bombas en distintos lugares de la ciudad causando muertos, heridos y pánico en general. Una de esas bombas estalló a pocas cuadras de donde yo trabajaba. Todo el edificio retumbó. 

Me sentí de regreso en la España de mi infancia donde las bombas de la banda terrorista ETA podían estallar en cualquier lugar, en cualquier momento. Recuerdo dos de ellas con mayor detalle: la que estalló en la plaza de la República Dominicana en Madrid en 1986 y la del atentado contra Aznar en 1995.  La primera porque en esa plaza estaba el cine Roma al que iba con mi padre todos los fines de semana y tras el atentado nunca más volvió a abrir sus puertas. Ahora es un Haagen Dazs. Y la segunda porque estalló muy cerca de mi casa. Toda mi casa tembló. 

Algunas veces trabajábamos en pleno centro de la ciudad, entonces una furgoneta nos llevaba y recogía a todos los que estábamos en el proyecto. Nadie se podía quedar después de las 6. Salíamos del garaje a toda velocidad y no parábamos hasta llegar a la zona donde quedaba nuestro hotel. Nunca pasó nada, pero la sensación de peligro se quedaba permanentemente con nosotros. 

Recuerdo que teníamos instrucciones estrictas de no tomar taxis de la calle. Siempre teníamos que llamarlos. Algunos de mis compañeros estaban seguros de que no les iba a pasar nada y que eran todo exageraciones, tomaron un taxi en la calle y terminaron de tour por la ciudad a altas horas de la madrugada. Después de que les hubieran desplumado las tarjetas de crédito los abandonaban en tierra de nadie y sin un peso. A uno le gustó tanto la experiencia que repitió. 

Sin embargo, cuando me preguntan por Colombia no es eso lo que recuerdo, no es el miedo ni la inseguridad, lo que más recuerdo es un pueblo amable dispuesto a ayudar. 


Tardes de cine

Colombia

Un pueblo amable

La ley zanahoria

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