Un pueblo amable
Los colombianos son un pueblo amable y educado. Yo diría que el que más. Trabajar con ellos era un gusto. Son respetuosos, trabajadores y alegres. Te invitaban a sus casas, te abrían las puertas de su hogar y compartían contigo sus valores y tradiciones.
Durante mi estancia en Colombia tuve ocasiones de sobra de comprobar la amabilidad de su gente pero quizás el día que más lo aprecie fue el día que tuve un accidente de coche. Ha sido el peor accidente que he tenido. No recuerdo bien qué pasó. Iba a a la oficina, la calle estaba vacía y lo siguiente que recuerdo es que estoy estampada contra el muro de contención. Afortunadamente no me pasó nada grave: un brazo roto y tres puntos en la frente, pero el susto fue mayúsculo. La herida en la frente sangraba mucho y en pocos minutos me convertí en una imagen dantesca. Ya existían los celulares pero los números de teléfono seguían estando en una agenda de papel. Recuerdo buscar los números de mi jefe y de mis compañeros para avisarles de lo que me había pasado, pero con la sangre y los nervios no atinaba a marcar ningún número. Un señor muy amable se paró y me ayudó a marcar los números y avisar, se quedó conmigo hasta que llegó la ambulancia y me dejó su tarjeta por si necesitaba algo. Cuando unos días más tarde quise llamar para darle las gracias descubrí que era el Presidente de la Bolsa Colombiana.
Con la llegada de la Navidad se iniciaban las novenas de aguinaldo, que son similares a las posadas mexicanas. Durante nueve días se preparaban para el Nacimiento de Jesús y aprovechaban para cantar villancicos juntos ya sea en la casas o en la oficina. La primera vez que nos invitaron a participar fue un shock. Los españoles no bailamos, no cantamos en público y mucho menos en la oficina. Al final terminamos todos con nuestra vela y participando.
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