El árbol de Navidad

Poner el árbol de Navidad se ha convertido con el tiempo, en una tradición familiar. Cada año, todo el proceso, desde comprar el árbol hasta decorarlo, involucra a todos los miembros de nuestra pequeña familia. Y cada año se convierte en un viaje a nuestra propia historia: Austria, Chile, España, México, Estados Unidos, Noruega... Las figuras que colgamos vienen de muchos sitios distintos. Cada una nos recuerda algún momento especial y tiene su propia historia. La pareja de trols que compramos en un viaje a Noruega en una tienda de regalos en un pueblo perdido de las montañas, la trapecista de esa vez que fuimos al Cirque du Soleil, el oso que bebe una Coca-Cola que compramos en el Pier 49 de San Francisco en el que terminamos todos enfermos por los crabcakes, el cura, el franciscano y la monja del Monasterio de El Paular en Madrid, las figuras del Weihnachtsmarkt (mercadillo de Navidad) en Viena donde a pesar del Glüwein (vino caliente) nos congelamos y así, con todas. ¡Hasta tenemos un avión de Iberia!  

Nuestro árbol, lleno de luces multicolores, esferas de todos los tamaños y tipo y figuras de los numerosos  sitios que hemos visitado se ha convertido en nuestra tradición. Todos nos peleamos por poner la primera esfera o colocar la estrella mientras bebemos chocolate caliente y suenan los villancicos a todo volumen. Es un día muy especial para toda la familia y en el que nadie puede/quiere faltar. 

Normalmente lo ponemos a principios de diciembre y lo quitamos el día después de Reyes. Para quitarlo nunca encuentro voluntarios... 


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